Apunte diario sobre letras hipnóticas, por: Arturo Vásquez Urdiales
A propósito del 20 de noviembre, día de la Revolución, en dónde recordamos por disposición legal, osea, por decreto, el inicio del Plan de San Luis, el inicio de la Revolución de Panchito Madero, un buen hombre, ingenuo, honesto, pero al ser iluso, cometió terribles errores políticos que le costaron la presidencia, la vida suya y la de su familia y sumergió a México en 20 años o mas de Guerras intestinas.
El Plan de San Luis consistía en un llamado al pueblo mexicano a levantarse en armas —considerando agotados los recursos legales—, desconociendo la reelección de Díaz en el cargo, anulando las recientes elecciones y convocando a nuevos comicios, mientras tanto Madero asumiría la presidencia provisional.
Ahora:
EL PUEBLO QUE NO QUERIA CRECER
Bajo la pluma incisiva de Ikram Antaki, «El Pueblo que no quería crecer» desentraña las sombras que envuelven la mexicanidad.
Antaki, extranjera con ojos críticos, desafía la complacencia nacional, señalando la raíz de la mediocridad política. México, un país enamorado del pasado, se aferra a la gloria de lo que fue, marginando al indígena vivo en su presente. La identidad se construye sobre la mentira, la adoración selectiva y la falta de libertad de pensamiento.
Antaki desvela la paradoja de una libertad convenenciera: la ley oprime, la moral se diluye, y la ciencia es eclipsada en un país que se niega a reconocer la realidad.
El pensamiento mágico prevalece sobre la razón, sumiendo a México en un río de locura. La sociedad, desordenada y deshonesta, busca el beneficio personal a expensas de la patria y los compatriotas.
La crueldad entre mexicanos, una herencia de tiempos precolombinos, refleja una autodestrucción que Antaki confronta con crudeza y acierto.
Su crítica incómoda y severa resuena en el México contemporáneo, donde la reconciliación a través del debate se vislumbra como la clave para superar desafíos persistentes.
«A casi tres décadas de su primera edición, El pueblo que no quería crecer» emerge como faro de comprensión en tiempos lleno de convulsiones.
Antaki, defensora de la razón, insta a la reconstrucción en un país que se aferra a estructuras blandas, donde todo parece depender del azar.
En un medio intelectual marcado por la guerra, su llamado a la confrontación de ideas resuena como antídoto ante el Estado fallido.
Así, entre las letras hipnóticas de Antaki, se revela un México atrapado en la oscuridad de sus propias limitaciones, invitando a la reflexión profunda sobre su presente y la esperanza de un futuro redentor.
Es difícil entender porque Antaki arremetía con tanta tempestuosa furia contra el país que le acogió con los brazos abiertos, le dió techo y amor, le permitió el sagrado magisterio de la maternidad y al irse de este plano le acogió en sus benditas tierras eternas, le dió nacionalidad y destino. Su honestidad académica se desdibuja al fabricar espejos comparativos entre sociedades helénicas o macedonias y, porque no decirlo, la cultura buchona de Sinaloa, el barrio de Tepito, las favelas de Tijuana o Ciudad Juárez, las comunidades incluso extranjeras de Puerto Angel, Puerto Escondido o las casas de cartón de las periferias de la Ciudad de México, o el bordo de Xochiaca, la aspereza del «ya te la sabes, ya te la sabes», en una combi perdida en un laberinto cósmico de violencia y engaño.
¿Podemos pensar que el pueblo de México se negó a crecer? A Antaki se le pasó por alto un pequeño detalle, bueno, varios: La cultura mexicana, el hecho de que México no es una nación desde la vista europea o cualquiera, México es el producto de muchas naciones, muchas, amalgamadas en 32 entidades federativas, bajo un gobierno central que tampoco gobierna a ese caleidoscopio de Naciones, porque sencillamente, no las gobierna naiden
A Antaki se le pasó por alto que una nación y una cultura, no se puede comparar con otra, y que dentro de la camada de hijos de los mismos padres, unos salen pintos y otros orejones, y así somos los pueblos de México, indígenas ingobernables, pero también norteños ingobernables, necios y testarudos, pero llenos de amor, de ternura, de esfuerzo, de éxitos, en definitiva la comparación del banco central de Siria y Banco Azteca del indiscutible étnico azteca «Tío Richi», Ricardo Salinas, solo tiene un poco de similitud en la indecente práctica de la usura.
¿Porque, Ikram?
Porque así somos, nuestro ADN es de lo más peculiar, en ocasiones habitantes del centro del país tienen es su ser vestigios de ADN de hasta 15 o 20 naciones en pequeñas proporciones y del 35 al 50 % de ADN de nativos americanos, aunque tengan los ojos azules y sean muy blancos, y así es México. Es tan imposible de comparar como la Población de Mérida con la población de Ciudad Juárez o la de San Felipe Torres Mochas y decir que la Juarence o la Torresmochense se negó a crecer
Independientemente que, seguro, les tiene sin cuidado
¿Crecer? ¿Para donde?, ¿Culturalmente? Hoy, más que nunca es importante discernir y encontrarnos en nuestra peculiar nacionalidad o nacionalidades, porque el destino nos alcanza, y semos «La Raza Cósmica, ahí les va quien fue la autora:
Ikram Antaki
Ikram Antaki, la autora de «El Pueblo que no quería crecer», es una figura fascinante en sí misma. Nacida en Siria, vivió 25 años en México hasta su muerte en 2000. Antropóloga y etnóloga de la Universidad de París, escribió con la agudeza de una filósofa más que como una científica social.
Su visión crítica hacia la mexicanidad se gestó desde experiencias variadas: desde apoyar al sandinismo en Managua hasta encontrarse con figuras como Arafat, Gadafi, Octavio Paz y Ricardo Garibay. Antaki optó por un seudónimo, Polibio de Acadia, en un intento de observar a México desde la perspectiva de la cultura griega, donde la sumisión libre a la ley y la razón era fundamental.
Aunque intentó ocultar su identidad, su estilo inconfundible reveló su verdadera autoría, y las ediciones posteriores llevaron su nombre.
Su texto, publicado en 1996, evidencia una mirada ajena a lo mexicano, sorprendida por su peculiaridad.
Antaki se convirtió en una voz incómoda, señalando la mediocridad política y social sin temor a la controversia.
A pesar de no ser mexicana de nacimiento, Antaki decidió ser parte de la sociedad mexicana, lo cual añade un matiz intrigante a su crítica.
Su legado, marcado por la búsqueda de la razón y el enfrentamiento a la apatía y la intolerancia, sigue resonando en el pensamiento contemporáneo sobre México, convirtiéndola en una figura esencial para entender los desafíos persistentes de la nación.
Así Ikram Antaki, siria de origen, mexicana de eterno destino.
Pues sin coincidir con su crítica:
autor@letrashipnoticas.com
Mucho he de agradecerle, querido lector y amigo, que comparta estás letras HIPNÓTICAS, redactadas con un gran gusto.
Queridos 5 Lectores:
Consumamos lo que el país produce, sin distinción de color o de afición o de ficción
Coma frutas y verduras
En este 20 de Noviembre, lea la familia Burrón, o cualquier película de los hermanos Soler.
En el desfile no se asolee, HIDRÁTESE.
¿Y en verdad alguien recuerda la revolución o las revoluciones de México, tan cerca de la segunda Revolución, espero que está sea de conciencias y espiritual, y pues: «VIVA MEXICO CAB….NES»
®️ URDIALES ZUAZUBISKAR FUNDACIÓN DE LETRAS HIPNÓTICAS A.C.©️